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  • Writer's pictureLuis Melgar

Biopsia literaria. Carmen no mola tanto.


Ayer, el Kindle me avisó de que salía a la venta La Bestia, la controvertida novela galardonada con el Planeta de este año, firmada con el pseudónimo de Carmen Mola. No sé si voy a leerla o no.


Cuando la noticia saltó a los medios, Pablo y yo decidimos comprarnos las tres primeras novelas de este singular trío de escritores. Habíamos leído que suponían una «revolución» en el género del thriller/novela negra y, más allá de la polémica, queríamos tener nuestra propia opinión.


Empecemos por lo bueno. La novia gitana, sin ninguna duda, engancha. El estilo es muy directo, casi cinematográfico, una escena te lleva a la siguiente y es difícil dejar de leer. Los personajes, sobre todo la protagonista, la inspectora Elena Blanco, son enigmáticos y el lector siente deseos de conocerlos mejor. Y algunas escenas son tan crudas, tan descarnadas, que además de horror producen también una cierta fascinación. Aprovechando nuestras vacaciones en el trópico chino, Pablo se leyó la trilogía entera en apenas una semana. Yo solo llegué a la segunda, La red púrpura. El tercer título, La nena, ya me dio pereza… pero también devoré los libros en apenas unos días. Es verdad lo que dicen, no puedes dejar de leer.

Hasta ahí, como decía, lo bueno. ¿Pero estamos ante una «revolución» en el género? En mi opinión, los casos de Elena Blanco no tienen un solo elemento original. Más bien, los tres autores han metido en la Thermomix una amalgama de elementos procedentes de otras novelas, españolas y extranjeras, y han conseguido un producto muy efectivo pero que no aporta nada nuevo. Lo rocambolesco de los asesinatos me recuerda a El silencio de los corderos, donde el pobre Jame Gamb (pobre, por torturado, porque menudo elemento) mataba chicas para despellejarlas y hacerse un traje con su piel. ¿A cuántas inspectoras problemáticas hemos leído últimamente? Para mí, la mejor sigue siendo Amaia Salazar de la trilogía de Baztán, aunque las hay a miles, a cuál más traumatizada y torturada. Y cuando cierto sospechoso retenido por la policía, ya en la segunda novela, empieza a psicoanalizar a sus interrogadores y les propone un quid pro quo… pues nada, estamos de nuevo con Hannibal Lecter.


Los casos, además, se solucionan casi siempre con un as sacado de la manga, con lo que en escritura creativa llamamos Deus ex machina. Los agentes de súper élite de la Brigada de Análisis de Casos habían pasado por alto una prueba fundamental. La inspectora estrella no había reparado en el nombre de la finca en la que acababa de entrar. Un personaje que apenas había aparecido hasta el final tenía la clave de todo. Un policía se ve casualmente inmerso en el mismo caso que ya investigó su mentor años atrás. O, perdón, cuando ya esta todo a punto de resolverse… ¡resulta que hay una conexión mística con los ritos olvidados de una religión ancestral!


Lo dicho, nada original.


Y ahora, llegamos a la polémica. ¿Por qué tres hombres blancos cis heteros, no pertenecientes a minoría alguna sino al mismo grupo que lleva dominando a la humanidad durante miles de años, deciden «esconderse» tras un pseudónimo de mujer? A mí, personalmente, me parece feo. Es cierto que el pseudónimo sirve para desligar al artista de su obra y que así lleva haciéndose desde hace siglos, pero nadie puede convencerme de que la elección de un nombre de mujer ha sido fortuita. En un contexto en que las mujeres leen más que los hombres y donde, por fortuna, el número de escritoras publicadas comienza a acercarse al de escritores… no dejo de ver a tres hombres que han querido «burlar» al sistema. Me parece, además, una falta de respeto hacia todas esas escritoras que a lo largo de los siglos tuvieron que utilizar un nombre de varón para que se les permitiera publicar.


El pseudónimo es libre, por supuesto. En un mundo ideal donde hubiera igualdad efectiva entre hombres y mujeres, el género del autor o del pseudónimo no debería ser importante, pero seamos sinceros, esa igualdad aún no se ha alcanzado. Una mujer tiene que esforzarse al menos el doble que un hombre para conseguir lo mismo, a causa de las trabas que le pone la propia sociedad. Que tres hombres firmen con nombre de mujer es una tomadura de pelo y, al igual que ellos son libres de hacerlo, yo soy libre de que no me guste.


No, creo que no leeré La Bestia. ¿Y vosotros? ¿Qué os parece la polémica? ¡Opinad, por favor!

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