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  • Writer's pictureLuis Melgar

En proyecto (I). Es oficial, ¡empiezo a escribir una nueva novela!




Pues sí, ya está dicho. Estoy empezando un nuevo libro. Repito género, novela histórica. También repito el país, Egipto, como uno de los escenarios principales… aunque esta vez doy un salto de un par de milenios y unos cuantos siglos y me sitúo en la década de 1920.


¿Ganas? Muchas. ¿Miedo? Un poco. Nunca hay que perderle el respeto a la página en blanco.


El primer paso para escribir una novela es tener una idea. Esta cuestión puede parecer una obviedad, pero… ¿en qué consiste exactamente una “idea” para una novela? Las ideas, por definición, son un concepto abstracto, volátil, difícil de definir. Hay infinita variedad de ideas, desde la Idea platónica, así, con mayúsculas, a las ideas innatas de Descartes. Pero tranquilidad, que no me voy a meter en filosofía. Aquí voy a hablar de los elementos que ha de tener la idea de la que surge una novela, y cómo encontré la mía.


Una novela puede tener un origen muy diverso. A menudo es una experiencia personal que, sin caer en la autobiografía, uno quiere contar de algún modo. Otras veces la idea viene de un viaje y está, por tanto, relacionada con un espacio físico, con algún lugar que nos haya fascinado por uno u otro motivo. En otras ocasiones se trata de una época, o de un personaje (histórico o ficticio) cuya historia queremos contar… o incluso algo más etéreo todavía. A veces es una simple sensación.


Escribí mi primera novela con doce años. La empecé un mes de noviembre en Irlanda, donde los alumnos de mi colegio íbamos cada año para pasar una temporada estudiando inglés. Yo acababa de terminar de leer Las nieblas de Avalon, de Marion Zimmer Bradley, que cuenta la historia del Rey Arturo contada desde la perspectiva de su hermana Morgana. Me dio tanta pena llegar al fin que decidí escribir yo mismo la continuación, pero llevando la trama al tiempo actual (a los años noventa, en realidad, porque era 1993) y poniendo como protagonista a Álex, un chaval español que se había ido a estudiar a un país extranjero. Como veis, mi idea era doble: por un lado tenía a los personajes de las leyendas del Rey Arturo y, por el otro, una experiencia autobiográfica que deseaba compartir.


Empecé la novela en un cuaderno, entre clase y clase, y me la llevé de vuelta a Madrid. Allí la terminé y le puse como título La búsqueda de Ávalon. He escrito varias versiones de esa misma idea desde entonces: El caldero de Dagda, Los ocho inmortales y, aunque aún sigue inédita, estoy seguro de la historia de Álex terminará por ver la luz de uno y otro modo.


Me lancé a por la siguiente novela poco tiempo después, con quince años o así. Era una historia de ciencia-ficción que se llamaba La torre de Babel, tan absurdamente compleja que creo que podría escribir como diez novelas solo con las ideas que tuve para aquella. ¿Pero cuál fue la idea generatriz, el origen de la novela en sí? En este caso fue mucho más sutil. Jugando a un videojuego para PC, había visto una escena de una nave humana que llegaba a un planeta donde quedaban los restos de una civilización alienígena. Los astronautas excavaban y encontraban una piedra como luminosa por dentro, animada por una energía desconocida. Bien, pues esa fue mi idea, una piedra viva que brota de las entrañas de la tierra. A partir de ahí construí una novela entera.


Desde entonces creo he aprendido bastante sobre técnicas narrativas, pero el origen de las ideas sigue siendo el mismo: algo que te llama la atención y sobre lo que te apetece escribir. Algo que despierta tu imaginación, que te hace soñar. Después hay que completarla con una pauta parecida a la que usan los periodistas. Hay que contestar a (algunas) de las famosas seis preguntas que ha de responder toda noticia: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Una vez hecho esto, ya tenemos la idea completa y podemos pasar a la siguiente fase de la escritura de una novela.


¿Cómo ha surgido la idea para este nuevo proyecto que tengo entre manos? A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César: fue en una conversación con mi editora, Berenice. Ella acababa de ir con su familia a ver la exposición sobre Tutankamón que hubo en Madrid el año pasado. Le comenté que la gran aventura de Carter y Lord Carnarvon era una de mis historias favoritas cuando era niño y que, precisamente, en 2022 se celebraba el primer centenario del descubrimiento de la tumba del faraón niño. Ella me preguntó:


—¿Y te apetece escribir sobre eso?



Era una conversación por correo electrónico, así que ni siquiera tuve que colgar el teléfono. Me quedé mirando la pantalla del ordenador como embobado y sentí como la IDEA, con mayúsculas, venía a mí. ¿Qué quería contar? La infinidad de acontecimientos que rodearon al descubrimiento de la tumba de Tutankamón: maldiciones, asesinatos, fake news, intrigas políticas, romances, todo. ¿Quiénes? Lord Carnarvon y Howard Carter, por supuesto, pero también todos los personajes deslumbrantes que les rodearon, como la hija de Carnarvon Lady Evelyn o Ali Kemal Fahmy, el millonario príncipe egipcio asesinado por su esposa francesa, cuya muerte fue achacada a la maldición de Tutankamón. ¿Cuándo? En los años veinte, por supuesto. ¿Dónde? A caballo entre Egipto y el Reino Unido, entre el Valle de los Reyes y Highclere Castle, que es el verdadero nombre de Dowton Abbey… porque sí, Lord Carnarvon era nada más y nada menos que el genuino propietario de la mansión donde se rodó la famosa serie de TV.



El cómo y el por qué, si me disculpáis, no lo voy a contar. No quiero destripar la novela. Pero sí, también he respondido a esas preguntas, así que ya tengo la idea. Ahora puedo pasar a la siguiente fase: la documentación.


(Continuará…).


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