Dicen que no hay dos sin tres, y a mí me ha llegado la hora de cerrar mi trilogía egipcia. Después de sumergirme en la vida de Nefertiti y su hijo adoptivo, Tutankamón, le toca el turno a Hatshepsut, una de las pocas mujeres que se erigió como faraón en el Antiguo Egipto. En mi nueva novela, No olvidarás mi nombre, además de explorar la fascinante figura de esta reina, me centro en dos arqueólogas modernas: la intrépida lady May Amherst y la valiente Liza Thomas, queluchan por recuperar su memoria.
La figura de Hatshepsut siempre me ha fascinado. Sabía que tarde o temprano escribiría sobre ella. Pero la chispa que encendió la idea de esta novela fue la alucinante historia del descubrimiento de su momia en pleno siglo XXI. En 2007, un equipo de arqueólogos liderado por el célebre Zahi Hawass se embarcó en la misión de identificar los restos de esta enigmática faraona. Había varias candidatas, unas más prometedoras que otras, todas ellas descubiertas en el último siglo, pero aún sin identificar.

El momento clave del descubrimiento llegó gracias a la combinación de tecnología moderna y conocimientos científicos. Con análisis de ADN y radiografías, el equipo de Hawass comparó la momia anónima con otras de la XVIII dinastía. La clave del enigma estaba en una pequeña caja de madera con el nombre de Hatshepsut, que contenía un diente molar. Este diente encajó perfectamente en una cavidad de la mandíbula de la momia anónima, proporcionando la prueba definitiva.
Además, las radiografías y resonancias magnéticas revelaron características físicas y problemas de salud que coincidían con los registros históricos de la faraona. Este trabajo detallado no solo permitió identificar la momia, sino que también ofreció nuevas perspectivas sobre su vida y las circunstancias de su muerte, revelando que sufría de diabetes y posiblemente cáncer.
Suena fascinante, ¿verdad? Siempre me han atraído las momias, así que lo primero que hice fue hacerme con un ejemplar (de segunda mano, porque ya no se edita) de X-Raying the Pharaohs, de James E. Harris. A partir de ahí, fue solo cuestión de tirar del hilo.
¿Efecto secundario inesperado? Mi hija Paula, de seis años, quedó fascinada con el libro, lleno de fotos a página completa de momias en diferentes estados de conservación y sus radiografías. Tras superar el temor inicial de que las momias se le aparecieran en pesadillas (no lo hicieron), ahora mi mayor miedo es que quiera ser egiptóloga. De momento, ya tiene la pirámide de Playmobil y este verano nos vamos todos a Egipto.
¡Nos espera una gran aventura!
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