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  • Writer's pictureLuis Melgar

En proyecto (III). La trampa de la documentación: ni pasarse, ni quedarse corto.


Hace unos años, mi padre escribió varios libros sobre la técnica para hacer un guion de cine que, en lo esencial, no difiere tanto de las normas para escribir una novela. Él, que siempre ha sido un poco exagerado, decía que para escribir un buen guion había que pasar al menos un año documentándose. Y no se refería específicamente a una película histórica: según mi padre, si vas a escribir el guion de una película policiaca deberías pasar meses y meses entrevistándote con policías, visitando cárceles para hablar con los presos, hacer un curso de criminología e incluso robar un banco uno mismo o matar a alguien para tener una experiencia directa.


En cierta medida, a mi padre no le falta razón. La falta de documentación hace que los guionistas (y escritores) cometan errores garrafales que, en ocasiones, pueden resultar peligrosos. Seguro que habréis escuchado más de una vez en películas o series de televisión que hay que esperar 24 o 48 horas antes de denunciar la desaparición de alguien. ¡Es mentira! De hecho, la policía dice que las primeras 24 horas suelen ser fundamentales para encontrar a una persona desaparecida, por lo que hay que denunciar cuanto antes. Pero en el mundo de la ficción se ha creado este mito de las 24 o 48 horas que puede influirnos tanto que, quizá, vistos en la situación, muchos de nosotros esperaríamos ese plazo antes de acudir a la policía.


En literatura hay otros errores famosos, menos peligrosos, pero quizá igualmente llamativos. Mi marido Pablo y yo siempre nos reímos recordando Ángeles y demonios, de Dan Brown, donde aparece el ritual de elección de Sumo Pontífice… completamente distorsionado. En concreto, Brown nos muestra a unos hombres llamados “preferiti” que serían los cardinales con más posibilidades de resultar elegidos, y que ocupan incluso una posición de honor en la procesión solemne que realizan los cardenales hasta la Capilla Sixtina. Estos “preferiti”, obviamente, no existen… lo más parecido serían los “papables”, que obviamente no ocupan posición protocolar alguna. Y como esta, muchas más. Lo más grave de todo es que, para saber cómo es un Cónclave, ni siquiera hay que irse un año a Roma para estudiar. Esta todo en Wikipedia.


Opino que, para escribir un libro, de la naturaleza que sea, es necesario investigar. Si se trata de una novela que sucede en la época actual y cuyos protagonistas pertenecen a ambientes o profesiones que nos resulten familiares, sin duda la tarea será más sencilla, pero aun así no hay que confiarse. Recuerdo que, ha ya bastantes años, cuando yo acababa de ingresar y estaba destinado en la Oficina de Información Diplomática, me tocó atender a una escritora que estaba escribiendo una novela cuyo protagonista era un diplomático, y quería hablar con alguno de nosotros para asegurarse de no cometer errores. Estuvimos hablando casi dos horas y después, durante el proceso de escritura, me escribió varias veces para consultarme algún detalle. Al final le quedó una novela fantástica. La escritora se llama María Charneco y, desde entonces, somos amigos.


Es verdad que, hoy, internet y las redes sociales nos facilitan mucho la tarea de investigación. Antes, si uno quería escribir sobre Berlín, Estambul o Budapest, no le quedaba más remedio que viajar hasta allí o fiarse de lo que otros habían escrito al respecto. Ahora podemos hacer tours virtuales, ver miles de fotos, contactar con personas que viven allí, hacer un recorrido por GoogleMaps… lo que sea. Aun así, conviene decir que pocas cosas sustituyen la experiencia real de haber estado en un lugar. Yo he escrito sobre lugares que conozco y otros sobre los que solo he leído o me he documentado y, la verdad, no es igual. Por eso, en general, yo recomiendo escribir sobre lo que se conoce. Y no, no digo que haya que matar a nadie para escribir una novela de asesinatos, aunque quizá inspirarse en casos y personas reales como hizo Truman Capote con A sangre fría no sea una mala idea.


La novela que estoy escribiendo ahora mismo es histórica. Está ambientada en Egipto, país que conozco y sobre el que he leído mucho, lo cual es una ventaja. Pero la época en cuestión, los años veinte del siglo pasado, no es el periodo de la historia egipcia que mejor manejo. Tradicionalmente me ha interesado más el Antiguo Egipto, los faraones, sacerdotes y pirámides, así que trasladarme al siglo XX me ha supuesto un reto de documentación… y sí, puede que haya caído en mi propia trampa.



Empecé, como hacemos todos, con Wikipedia, leyendo sobre Howard Carter, Lord Carnarvon y el resto de personajes que rodean el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. De ahí pasé a los artículos sobre la sociedad y la política egipcias de aquella época. Tenía algunos libros en casa, pero enseguida empecé a comprar más, la mayoría en formato e-book (recordad que vivo en China), pero algunos los hice traer desde España, algunos incluso desde Reino Unido. Cada documento que leía, cada biografía me llevaba a descubrir a un nuevo personaje que me parecía aún más fascinante que el anterior. Al final acabé rodeado de libros, con una lista de decenas de figuras apasionantes cuya historia tenía que aparecer sí o sí en la novela, y enredando la trama dentro de mi cabeza hasta tal punto que de pronto me sentí atrapado en mi propia tela de araña.


Así que he parado. Recomiendo trazar las bases de la planificación y tener claro el conflicto de la novela ANTES de sumergirse de lleno en la documentación precisamente por eso, para saber cuándo parar. Los escritores de novela histórica debemos recordar que no somos historiadores, que nuestra función no es escribir una tesis doctoral sobre un periodo histórico concreto, por muy apasionante que nos resulte. El lector quiere una historia coherente, con un conflicto claro, con protagonista y antagonista, y con un número limitado de personajes para que sea posible recordar los nombres de todos. Si nos enredamos demasiado, por muy documentados que estemos, por muy respetuosos que seamos con los hechos históricos, haremos una mala novela.


Así que, lo dicho, hasta aquí. Doy por finalizada la etapa de documentación. Por supuesto, buscaré algún detalle aislado cuando lo necesite, pero basta ya de leer infinitas biografías de Howard Carter. Lo que voy a escribir no es una biografía. Es una obra de ficción.


(Continuará…).

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