El hotel de la emperatriz
My dearest gentle readers,
¿Creíais que os habíais deshecho de mí? ¡Pues no! ¿Qué es algo tan nimio como la muerte para detener a una intrépida baronesa, arqueóloga y aventurera como yo? Hace más de un siglo que mi tumba acumula polvo y mala hierba, pero mi espíritu sigue tan aguerrido como siempre. Sí, Lady May aún tiene mucho que contar, especialmente cuando el mundo parece recordar por fin a esta olvidada dama.
He de confesar que me enteré recientemente de que han escrito un libro sobre mí. ¡Ya era hora! Me pregunto qué excusa tendrán para un olvido tan prolongado. El título de esta obra es No olvidarás mi nombre, escrito por un tal Luis Melgar. Un caballero sin duda un poco excéntrico, pero al que agradezco que se haya tomado la molestia de desempolvar mi biografía. Luis, en un alarde de audacia y sentido de la aventura, decidió llevarse a su marido, Pablo, y a su encantadora hija Paula, a Egipto este verano.
Imaginad mi sorpresa al enterarme de que los caballeros del siglo XXI se atreven a desafiar las convenciones sociales con tal valentía. ¿Qué habría dicho mi querida Amelia Edwards? Ah, mi querida Amelia, ojalá hubieras podido casarte con Ellen Drew Braysher, tu life companion, como decimos los ingleses. Pero eran otros tiempos... tiempos en los que incluso las más valientes debíamos esconder nuestros verdaderos deseos.
Ahora permítame que le presente a la protagonista de nuestra historia: la encantadora Lady Paula, una joven aristócrata británica de tan solo seis años. Gracias a sus magníficos amigos Dani y Alberto, Lady Paula es la orgullosa propietaria de unas pulgadas de terreno en Escocia, lo que le otorga el título de nobleza. Inteligente y bondadosa, esta pequeña dama destaca por su increíble talento y su espíritu aventurero. Habla chino con una fluidez que rivaliza con la de mi vieja amiga la emperatriz Cixi, y se dedica con igual pasión al ballet, al tenis y a la pintura. Pero lo que más admiro en ella es su alma de egiptóloga, una auténtica aventurera como yo. Lady Paula tiene una fascinación innata por los misterios de la antigua civilización egipcia, y no puedo evitar ver en ella un reflejo de mi propia juventud.
Así pues, sin nada mejor que hacer en esta eternidad donde una se aburre
soberanamente, he decidido compartir con vosotros las aventuras de la pequeña Paula y sus papás en Egipto. ¿Qué nuevas maravillas habrán encontrado en esas tierras milenarias que tanto me fascinaron? ¿Cómo habrán sobrevivido al calor implacable, a las momias y a los mosquitos? Y lo más importante, ¿qué habrán sentido al pisar el mismo suelo que una vez recorrió esta vieja baronesa con alma de exploradora?
Tras una abrupta llegada al caótico aeropuerto de El Cairo —doy gracias a los dioses por que en mis tiempos no existieran esos ingenios demoníacos llamados aviones—, Luis y Pablo decidieron hospedarse, como no podía ser de otra manera, en el Marriott Gezhira. Al lector aventajado debo señalarle que este imponente edificio fue construido para la emperatriz Eugenia de Montijo, a quien tuve el honor de conocer en persona, como sabe cualquiera que haya leído mi libro. Fue en este mismo hotel donde se llevó a cabo la primera representación de la ópera Aida, más bien un ensayo como os podéis imaginar, porque no habría manera de meter aquí a once elefantes y al coro de los esclavos… pero eso es otro tema.
La terraza del restaurante del hotel, con sus magníficas vistas al Nilo y su ambiente de refinada elegancia, se convirtió en el escenario de una inesperada aventura para la pequeña Paula. Mientras sus papás disfrutaban de una deliciosa cena bajo la luz de las estrellas, que en Egipto tienen un brillo especial, Paula notó la presencia de un gato siamés que se movía con una gracia casi sobrenatural entre las mesas.
Con su rostro imperturbable y sus ojos azul zafiro, el gato capturó inmediatamente la atención de la pequeña. Como buena exploradora en miniatura, decidió seguir al misterioso felino, dejando atrás la seguridad de la mesa familiar. El gato, con su elegancia innata, la guio a través de los espléndidos salones del hotel, bajo lámparas de araña centelleantes y frente a imponentes cuadros de la emperatriz Eugenia.
Paula se encontraba en un verdadero palacio, con cortinas de terciopelo y alfombras que parecían susurrar historias de tiempos remotos. ¡Yo misma he recorrido esos pasillos! Finalmente, tras una cortina de terciopelo rojo, el gato se detuvo. Paula, con el corazón latiendo de emoción, apartó la cortina y descubrió una escena que la dejó sin palabras. El gato era, en realidad, una gata rodeada de varios gatitos recién nacidos. La madre, con una calma serena, se acercó a un plato con comida que había junto a la cama improvisada, y se puso a cenar, que era la hora.
Paula se agachó lentamente y extendió su mano para acariciar a la gata, que aceptó el gesto con gratitud. Los gatitos, diminutos y adorables, emitían suaves maullidos mientras se acurrucaban junto a su madre. Tras pasar unos minutos embobada con aquellos adorables aristogatos, Paula regresó con sus papás, que la habían estado buscando un poquito preocupados. Al contarles su pequeña aventura, Luis y Pablo sonrieron aliviados y llenos de ternura. Decidieron que visitarían a los gatitos cada día de su estancia, asegurándose de que no les faltara nada.
Así, mis queridos lectores, la pequeña Paula vivió una de sus primeras grandes aventuras en Egipto, guiada por un gato siamés que resultó ser una madre dedicada. Y así, en los pasillos de un hotel construido para una emperatriz, se forjaron recuerdos que perdurarán para siempre. ¿Qué nuevas aventuras les esperarán en estas tierras llenas de historia y misterio? No os lo perdáis en mis próximas entregas.
Aventurera eterna, Lady May.
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