Érase una vez un niño que se llama Luis Tomás y quería ser escritor. Primero fue Nené Pomás, después solo Nené, más tarde lo conocieron por Luisto y al final acabó en un simple Luis, pero en todas esas etapas siempre quiso escribir.
¿Por qué? ¿Cómo se me metió semejante idea en la cabeza?
Desde que tengo uso de razón, en mi casa se escribía. Mis padres trabajaban en TVE, pero siempre han tenido entre manos proyectos relacionados con los libros y las letras. Mi padre estuvo escribiendo durante toda mi infancia una novela histórica ambientada en la época de Julio César. Recuerdo infinitos viajes de Madrid a Asturias con mi padre hablando sin parar de romanos. Yo era muy pequeño cuando a mi madre le dio por escribir una obra de teatro, según ella, por una apuesta. En mis primeros ocho o diez años de vida dirigió tres revistas diferentes y, además, yo veía en casa que aquello era un proyecto de equipo. Todo el mundo participaba: mi hermana maquetaba, mi tía escribía algunos artículos, mis primas salían de modelos en algún reportaje… ¡y yo también quería!
Así me vino la idea, sí. Todo el mundo escribía en mi casa y yo no quería ser menos, así que les pedí a los Reyes Magos una máquina de escribir. Tenía solo tres años y aún estaba aprendiendo las letras, pero a SSMM no les importó, cumplieron mi deseo y me trajeron una Olivetti de color rojo que yo utilizaba para fingir que escribía, porque como es lógico, aún no era capaz de hacerlo de verdad.
Empecé muy poco después. Tendría un máximo de seis años cuando alguien me regaló un ejemplar de una revista que se llamaba Súper Pop, más ochentera imposible, que traía de regalo una carpetita clasificadora para ordenar fichas que, imagino, vendrían de regalo con cada número de la revista. Nunca he tenido espíritu de coleccionista, así que pensé elaborar mis propias fichas usando para ello la famosa Olivetti roja. Había varios apartados: canciones, películas, grupos de música… todos fáciles de completar con distintos elementos extraídos de mi obsesión de la época, La historia interminable, pero había uno que me resultó muy enigmático: “biografías”. No tenía ni idea de qué significaba aquello, les pregunté por ahí y me dijeron que era la historia de la vida de alguien.
¿Cómo iba a llenar yo ese apartado? Barajé la opción de escribir en un papel la “biografía” de la Emperatriz Infantil, de Bastian o de Atreyu, pero por algún extraño motivo, me pareció mucho más divertido perseguir a Miguel, el albañil que estaba haciendo reparaciones en nuestra casa, y hacer una crónica exhaustiva de todo lo que hacía. He perdido el papel original, pero el resultado era muy parecido a esto:
MIGUEL EL OBRERO
Miguel se coloca el mono azul. Coge la paleta y echa un poco de cemento en la pared. Se cruza de brazos. Saca un paquete de tabaco y se enciende un cigarrillo. Se aleja y fuma durante diez minutos. Pone un ladrillo. Miguel se va a buscar una botella de cerveza, se sienta en el suelo y se la bebe. Saca el tabaco y fuma otro cigarrillo. Se levanta y mira la pared. Coloca el ladrillo que ha hecho antes. Se va.
Eran un par de páginas que escribí durante varios días, durante los cuales Miguel pondría un máximo de… ¿diez ladrillos? Quizá exagero, pero recuerdo muy bien que mi madre se rio mucho cuando le enseñé el papel, pero mi padre le montó una buena bronca al pobre señor.
Así aprendí que la literatura puede tener un impacto muy real sobre la vida de las personas y que escribir no ficción… ¡tiene sus riesgos!
(Continuará…).
He leído todas las entradas y me han gustado mucho. Te seguiré, claro. Pablo, un lujo de profesional.